Lo -nada- gracioso es que los que entorpecían una y otra vez la declaración intentando que el presidente no pareciera un adoquín era el propio tribunal. Cada pregunta que ejercían los letrados de la acusación particular era torpedeada. No era pertinente o no se debía seguir por ahí.
Y aunque todos sabíamos que eso era exactamente lo que iba a pasar, es una pena que no nos dejaran paladear el momento en que el sucio roedor abandonaba la nave zozobrante, aunque alguna perla nos ha soltado con su labia habitual. Castelar, el tío.
Un análisis de orina de:
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El gañán de la dehesa, desde el bar de la AN |
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